Muy bien... como practicamos. Respirar hondo y tocarse los talones para la buena suerte.
—¡Buenas tardes, mi estimado maestro espía sin igual! —El capitán Flynn Céfiro marchó hasta el escritorio de Mathias Shaw con un ademán pomposo, seguido de una reverencia que hizo que el largo abrigo ondeara a su paso—. Qué curioso encontrarte aquí.
—Aquí trabajo. —El timbre de voz de Shaw indicaba que no podía decidir si la respuesta era una afirmación o una pregunta.
—¡Cierto! Haces mucho eso. Trabajar, digo. —Flynn apoyó las dos manos en el borde del escritorio de madera, pulido pero práctico, con cuidado de no aplastar ninguno de los rollos de pergaminos con que Shaw parecía haber armado una fortaleza. Cada uno estaba atado con un lazo y llevaba el sello del reino de Ventormenta: una cabeza de león impresa en cera azul.
—De hecho —Flynn sonrió y arrojó un mapa amarillento y plegado a las manos enguantadas del otro hombre— te estoy rescatando de tu trabajo.
—Un mapa —dijo Shaw, y levantó su mirada de ojos verdes para ver a Flynn.
—Brillante deducción.
—De Bosque del Ocaso.
—Guau, qué inteligente.
—¿De dónde sacaste esto?
—Lo gané en una partida de cartas.
—Y me lo das a mí, ¿para qué?
Flynn tocó con el índice la X grande dibujada en el mapa.
—¡Para encontrar un tesoro, claro! Eres lento para ser tan inteligente.
Shaw suspiró y miró la pila de pergaminos.
—Vamos —insistió Flynn, con una mano en el brazo de Shaw—. No te he visto más que dos segundos prácticamente desde que volvimos de Zandalar. ¡Imagínate, camarada! Dos galantes aventureros -uno asombrosamente apuesto, el otro eres tú- a caballo, en el aire fresco, rodeados de tesoros relucientes a nuestra disposición...
—Pocos describirían el aire de Bosque del Ocaso como fresco. Y la Guardia Nocturna quizá tenga algo que decir sobre los tesoros a nuestra disposición.
—Ah, pero tú sabes cómo son. Puedes convencerlos de autorizar una pequeñísima búsqueda del tesoro. Y además —Flynn señaló el escritorio de Shaw— puedes hablar con ellos cuando estemos allí. Podrían tener algo de información para ti sobre... una cosa u otra.
La mirada de Shaw se desplazó de nuevo al escritorio y los pergaminos.
—¿Para qué correr por Bosque del Ocaso para buscar cálices de oro o plata deslustrada?
—Por diversión, camarada. Que no te sobra últimamente. Me quedé por aquí y aprendí de... diplomar y esas cosas. —Flynn sacudió el mapa—. Este es mi mundo. Y... quiero compartirlo contigo.
Shaw volvió a mirar el mapa raído.
—Ustedes, los navegantes, tienen muchas supersticiones sobre fantasmas y cosas así. Bosque del Ocaso tiene uno de los cementerios más grandes de Azeroth, y no todas las tumbas ocupadas están en paz. Probablemente sea peligroso.
—Emm... Bueno, sí, tenemos muchas supersticiones. Y admito que prefiero la compañía de los vivos. Pero prefiero tu compañía sobre todo. Y, además, el tipo que perdió el mapa y me lo dio me juró que era auténtico.
Flynn lució su sonrisa más encantadora. Le había prometido a Shaw que le tendría paciencia, y de veras se había esforzado. Sabía que ganarse la confianza de un espía lleva todavía más tiempo que conseguir la de un capitán experto. Aun así, ante el silencio de Shaw, su corazón comenzó a hundirse. Había entrado navegando en la sala como una nave en la cresta de la ola del entusiasmo en un puerto pacífico, las velas hinchadas con determinación, y ahora...
—Todavía tengo mucho que hacer aquí —dijo Shaw.
Al fondo, al fondo se hundía el corazón de Flynn, al fondo del mar, tal como el naufragio de...
Shaw tomó a Flynn por el hombro y le hizo un gesto suave de asentimiento.
—Entonces... ve a buscarnos algunas provisiones y alístate para el atardecer —dijo—. Ya habré terminado para ese momento.
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—Hace un poco de frío, ¿no? —Flynn se envolvió con más fuerza en el abrigo mientras seguían el mapa del tesoro desteñido por Bosque del Ocaso. El lugar era muy deprimente. Ni siquiera la posada o la plaza del pueblo que habían pasado parecían acogedoras en lo más mínimo. Había algunos antiguos faroles colgando de un poste, con una tenue luz naranja y amarillenta esforzándose débilmente por hacer frente a la oscuridad fría y húmeda. Shaw había estado en lo cierto sobre el aire “fresco”; todo tenía un leve olor a moho. Por fortuna, había suficiente luz de luna como para que Shaw, que supuestamente estaba acostumbrado a hacer cosas como leer mapas de noche en un sitio llamado Bosque del bendito Ocaso, pudiera seguir el camino sin problemas.
Una luz débil brillaba desde la ventana de una casa vieja muy cerca. La luz titiló ante un movimiento.
—Alguien sigue despierto —comentó Flynn.
Un gruñido horroroso provino del interior.
Shaw no reaccionó, siguió adelante. En ese momento, una figura bloqueó la luz débil de la ventana. Flynn pudo ver con claridad la pluma y punta de una flecha que había penetrado la cabeza de la cosa. Otro no-muerto.
Cómo se vería su expresión, se preguntó. Su cara...
—Por las Mareas —murmuró Flynn. Apresuró el andar, y pasó a Shaw—. En unos minutos deberíamos cruzarnos con algo bonito.
—¿Bonito?
—¡El Jardín Sereno, hombre! El perfume de las flores me vendría más que bien en este momento.
—Flynn, el Jardín Sereno es un cementerio.
Flynn sintió que la sangre se le iba de la cara.
—Entonces era por eso que esas rocas parecen tumbas. —Le sacó a Shaw el mapa de las manos y lo miró fijamente—. Lo único que vi fue “Jardín Sereno”. Pensé que era... un jardín. Que es sereno.
—Toda esta zona era hermosa antiguamente. Se llamaba Arboleda del Destello. Villa Oscura era Gran Aldea. Difícil de imaginar ahora.
Flynn bebió a escondidas un trago de ron ardiente y armó un rápido inventario de su bolso para calmarse: pociones sanadoras, abrojos, veneno suave, ron, vendas, galletas saladas, ron, otro par de calcetines, ron. Escuchaba por encima lo que contaba Shaw, con su estilo meticuloso, sobre la historia del lugar. Bla, bla, Medivh... bla, bla, guadaña. Pasaron campos de calabazas podridas, supervisadas por un espantapájaros que claramente podía asustar a más que cuervos ladrones. Mientras seguían el mapa, que Flynn comenzaba a resentir cada vez más, caminó directo a una telaraña.
Shaw tomó un hilo largo y baboso del cabello color avellana de Flynn.
—Estamos cerca —dijo—. Si suponemos que el mapa es correcto.
—Sí, estoy seguro. Ya sabes, después de toda esa basura de...
El aventurero fue interrumpido por un aullido de dolor largo y apagado. El sonido atravesó el aire húmedo como una cuchilla de barbero en manos de un aprendiz poco habilidoso. Debía provenir de un lobo. Ojalá viniera de un lobo. Shaw levantó una ceja.
Flynn giró sobre los talones en busca de los ojos rojos, los dientes blancos y el pelaje negro que seguramente les saltaría encima. Ya había usado su momento de temblor permitido, y Flynn Céfiro no iba a dejar que su determinación cediera tan pronto. Una cosa eran los lobos, otra bien distinta los no-muertos. Él podía enfrentar esto.
Se adelantó y caminó entre los matorrales, mientras llamaba a Shaw.
—¡Ya lo tengo, no te preocupes! Y ese tesoro debe estar...
Flynn frenó y se tapó la boca con la mano.
Shaw fue de inmediato al lado de Flynn.
—¿Qué pasó?
Flynn se arrodilló junto a una mujer joven que tenía puesto un uniforme oscuro, arruinado por una mancha que se expandía.
—Sostenle la cabeza —le dijo a Shaw, y luego buscó en su bolso. Descorchó un pequeño frasco y lo vertió en la garganta de la mujer. Ella tragó por reflejo, y por un momento pareció reaccionar, pero luego la cabeza se inclinó contra el pecho de Shaw.
—¿La reconoces? —preguntó Flynn.
El rostro de Shaw dibujó un gesto sombrío mientras sostenía en sus brazos el cuerpo sin fuerzas de ella.
—Sarah Ladimore. Comandante de la Guardia Nocturna.